Las nuevas Leyes Suntuarias

Cuando los Señores medievales  preparaban un  banquete acicalaban una gran mesa, donde los comensales se sentaban alrededor del Señor, quién la presidía. Los invitados pugnaban, según su clase social y según su cercanía, por no verse alejados del lugar de honor. Allí se podian visualizar todos los que eran y los que no eran importantes.

A pesar de las hambrunas que recorrieron la Europa medieval, raro era que los Señores de la nobleza y la Corte de los reyes llegaran a pasar hambre. Gracias a los diezmos, sus reservas de trigo estaban servidas. Dado  que eran dueños de terrenos que contenían bosques y ríos, la caza, exclusiva de los nobles, y la pesca les aprovisionaba de todo lo necesario para una subsistencia de calidad.

Cuando la burquesía comenzó a  despuntar como una clase social emergente, su poder adquisitivo les fue proporcionando un nuevo estatus, algo desconocido hasta entonces en esa sociedad. Un nuevo estatus que propiciaba la adquisición de productos caros, destinados antes, únicamente, a los nobles feudales. Y estos nobles, reacios a compartir los privilegios que su clase llevaba ejerciendo desde hacía siglos, resolvieron emitir sucesivas Leyes Suntuarias, que pusieran coto a los intentos de semejanza de esta incipiente clase social.

Estas Leyes Suntuarias estaban destinadas a fijar la clase de telas que la gente debía usar y cuánto podía gastar, así como el tipo de adorno que podían usar. Proclamadas por pregoneros en calles y asambleas públicas, se señalaron, para cada condición social y nivel de ingresos, las gradaciones exactas de tela, color, adornos de piel, ornamentos y joyas. Se prohibió a los burgueses la posesión de vehículos o el uso del armiño, y a los labradores cualquier color que no fuera el negro o pardo. Se reservaban para sí mismos el uso de las joyas y prestigios. Se fijaban por ley las fronteras entre los ricos y los burgueses para que, a simple vista, pudieran distinguirse: así se confirmaría la singularización de la élite social.

A finales del s.XX, la irrupción de una masiva clase social, mal llamada clase media, conllevó a que una parte de la población, históricamente apartada de los privilegios, pudiera estandarizar el consumo. Empezaron a nacer marcas intermedias que satisfarían el ansia de consumo de algunos, reservando- como siempre ha venido pasando- una serie de marcas de alto standing para la élite. Coches,
ropa, joyas, perfumes, electrodomésticos, viviendas… Empezaron a proliferar marcas medias para una clase media. Y algunos privilegiados pudieron traspasar la frontera imaginaria que les separaba de las élites. No solo se permeabilizaron algunas fronteras de consumo de bienes; también se estandarizó el consumo de servicios: viajes exóticos, servicios médicos, estudios superiores… Y, de nuevo, esta élite, insatisfecha con el reparto del banquete, han vuelto a elaborar una nueva serie de leyes suntuarias para delimitar nuestros derechos.
Las clases privilegiadas se cansaron pronto de compartir el banquete. A pesar de lo notorio de sus diferencias sociales, su egoismo se exacerbó al máximo. Hasta tal punto, que están dejando caer a toda esa clase media hasta el mayor de los abismos. Desean que volvamos al submundo que nos tienen reservado. Ya no quieren, siquiera, compartir las migajas del banquete. la teoría del chorreo pierde vigencia. Impiden, a través de entidades como el FMI, BCE o Banco Mundial, que nuestros derechos se vean reconocidos. De su banquete ya solo nos dejan mirar, y desde lejos.
Estas Leyes Suntuarias nos devolverán a lo más profundo de la Edad Media. De nada habrán servido las épocas del Humanismo, donde el Ser Humano se interpuso en el camino de estos dioses pasajeros. De nada habrán servido, tampoco, las luchas obreras por conseguir los Derechos Universales. Los poderes del Estado, en connivencia con los más abyectos representantes de los satanes en la tierra, nos impiden, cada día, ocupar nuestro lugar. Pero, todo ésto solo pasará con la complicidad de nuestro silencio. Solo con nuestra inacción. Sabemos que las leyes, si son injustas, debemos desobedecerlas. Somos, pués, dueños de nuestro destino. La desobediencia civil está servida.

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