Seguir robando a los pobres para dárselo a los ricos

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Salgo, asombrada, del cine. Acabo de ver la última película del director Costa Gavras, El Capital. Su compromiso social queda patente en este film que, seguramente, no pasará a la Historia del Cine. Por el contrario, su historia, debería servir como guía educativa de lo que está pasando en el mundo económico hoy en día. Todo lo que escribimos y leemos diariamente, toma forma en las peripecias del nuevo Presidente de un banco francés. Su afán desmedido por el dinero le va transformando, hasta convertirse en un tiburón blanco más que copan los mares del mundo.

Costa Gavras no descubre nada nuevo. Pero, da forma a las palabras incomprensibles del lenguaje mercantilista. Donde dicen despidos, se lee restructuración. Donde dicen pérdidas se lee menor beneficio. Logra hacer comprensible todo lo que dicen artículos y entrevistas de información alternativa. Consigue humanizar a un tipo de persona deshumanizada. Nos muestra la perversión del sistema con todo detalle: como un forense que abre en canal a la víctima del homicidio más brutal ideado por el hombre y nos va relatando pormenorizadamente los detalles más escabrosos de dicho asesinato.

El banquero quizás fue humano en sus inicios. Las circunstancias le ponen a prueba y sale victorioso de cada envite que se le presenta. Luego, se crece y crece, hasta convertirse en un ser abyecto. En una reunión familiar su tío le increpa sobre los despidos masivos que se ha visto obligado a realizar, por parte del accionariado. La defensa a ultranza que hace de la globalización pone los pelos de punta. No importa que las víctimas y esclavos sean niños thailandeses, mujeres bangladesíes o chinos. Su excusa es que, con este sistema de explotación sostenido, dichas personas esclavizadas podrían al menos, comer. A veces su candidez te confunde. Le ves oscilando entre ser bueno o malo, cuando entre lo que de verdad oscila es entre ser malo o ser peor. Nada de empatía. Nadie le importa. Bueno, sí: el dinero.

La globalización llegó a nuestra puerta hace años, y muchos se dieron cuenta de la aberración de lo que nos esperaba. Las manifestaciones antiglobalización fueron demasiado pequeñas, demasiado escasas. La información nos fue arrebatada e ignoramos a aquellos que quisieron ser nuestros maestros. Internet nos puso en contacto unos grupos con otros y nos congratulamos. Pero, algunos efectos de la globalizaciçón de las ideas ha sido nefasta por haber permitido la entrada de su mano de los males capitalistas. Todas las acciones de los bancos del mundo están iremediablemente concatenadas. Los efectos de dicha concatenación las conocemos de sobra: llevamos casi cinco años aprendiendo sus diversos nombres. BCE, Goldman Sachs, FMI, Banco Mundial son nombres de corporaciones que resuenan en nuestros oidos como los analistas financieros que nos pueden socorrer. Pero son nuestros verdugos. Son los asesinos de los pueblos: nuestros asesinos.

Quieren nuestra sangre, además de nuestro dinero. Quieren nuestra vida a cambio de unas migajas del antiguo Estado. Quieren nuestro presente, además del futuro hipotecado. Tienen hambre de poder, el cual ejercen sin la más mínima piedad posible. Quieren nuestros derechos, para dejarnos desnudos. Y casi lo están consiguiendo: desnudos de esperanza. El desasosiego inunda nuestra vida y corroe nuestras entrañas. Y han conseguido que nos sintamos impotentes. Le han dado la vuelta al lema de Robin Hood, arquetipo nacido de la pluma de Wyrkyn de Worde, quien robaba a los ricos que vivían de cobrar los impuestos, para devolverlo a los pobres. Y, como termina el protagonista de la película de Costa Gavras, han empezado a jugar con las vidas humanas, robando a los pobres para seguir dándoselo a los ricos. Un aplauso general del Consejo de Administración del banco ante tales palabras, una explosión general de alegría tras la comunicación de su nuevo presidente de las lineas de actuación, me recordó el otro ¡Que se jodan! pronunciado en el Congreso de los diputados y la algarada posterior al anuncio de los Recortes, con una grada pletórica y feliz. Y la frialdad del público asistente no fue sino la toma de consciencia de los poderes fácticos que nos gobiernan y dirigen, aquellos que se esconden tras unas siglas que creen que les adecentan, y que no son más que una pandilla de delicuentes de guante blanco a los que no veíamos porque vivían camuflados en el sistema.

Foto cedida por Aihdes: http://www.flickr.com/photos/58590201@N04/

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